La tercera actividad que hemos realizado en el Tagumat fue una divertida y emocionante Tirolina. Les había contado de que iba, y la simple idea de sentirse volando, según creí entender por sus gestos y caras, era algo que les apetecía muchísimo. Además que lo teníamos pendiente desde hacía tiempo, así que ese día asistieron todos los chavales que había, y algunos más mayores que ya habían regresado de trabajar de Agadir.
La fecha elegida fue el 14-Mayo (Si, lo se, son casi dos meses, pero por problemas con el cargador de mi portátil, el coche –me encantaría escribir la historia que me pasó en Khouribga con Laid, mecánico y desde ese día gran amigo, son cosas que me maravillan de Marruecos, a ver- y mi viaje a Madrid para operarme, no he tenido tiempo ni muchos medios técnicos para escribir, en estos próximos días espero ponerme al día). Quedamos todo después de comer, en una soleada y fresca tarde primaveral.
Empezamos montando la cuerda. Abajo había elegido un árbol y un tronco seco de sabina –enorme- arriba, parecían muy sólidos ambos y los había probado con mi peso, pero tenía ciertas dudas si con la tensión de la cuerda más el peso de los chavales sería suficiente… pero después de tensar bien la cuerda entre todos, unos 30, hice una trepada enganchado de pies y manos y la cuerda aguantó bien mi peso y algún otro que se enganchó al verme, durante unos minutos. Para mi era buena señal así que… ¡adelante!
Cuando teníamos la cuerda lista, preparé a algunos mayores para recibir e ir soltando a los chavales según iban bajando; yo me puse arriba para ponerles o revisarles el arnés, engancharles a la cuerda y lanzarles. Había preparado 4 arneses con distintas tallas –usé a varios como modelos-, y así fuimos rápidos a la hora de ir lanzando gente, calculo que se tirarían unas 30 ó 35 veces en toda la tarde. El arnés llevaba un mosquetón atado a una cuerda de un metro de longitud, que acababa en otro mosquetón de acero, que era el que se iba deslizando por la cuerda: con esa cuerda de separación evitaba que se quemaran las manos en caso de miedo.
Empezó Yunx, que aunque no era el primero en el sorteo, resultó el más valiente cuando todos vieron realmente lo que era la tirolina… Yunx, a su corta edad, ha demostrado mucho valor, y lo hace con cierta cautela, me gusta mucho su actitud en general ante la vida, tengo tanto que aprender de él.Aquí está preparado a subir, posando con su tío Hussein.
Después fue Yawad, al que le tomé la serie completa de fotos: llegando, subiendo, preparado y en el aire.
Después fue un no parar, chavales y más chavales, tirándose sin cesar. No cabían en sí de gozo, por las caras de alegría, las ganas de todos por repetir, la emoción con que se lo contaban a otros y los ojos, esos ojos y esas miradas que de vez en cuando me lanzaban… que feliz me sentí a través de ellos, de sus experiencias y sus emociones.
Vino hasta un grupo de chavales de la aldea vecina de Tasselnt, que no sé muy bien como pero apareció cuando empezábamos a tirarnos. Al principio parecían distantes, pero cuando vieron como funcionaba el tema, poco a poco se fueron acercando y empezaron a preguntarme. Ellos se hubieran tirado, pero no podía ser, mi idea no es sólo que se diviertan sino ir creando un grupo de jóvenes con los que trabajar de forma constante para que vayan cogiendo ciertos valores; ni siquiera permití que otros de Ifulu se tiraran, era una actividad para el Tagumat.
La tarde acabó cuando el sol ya se iba, antes hice una ronda, para los que más habilidosos se mostraron, sin la cuerda de separación, es decir, enganchando su arnés con un mosquetón de acero a la cuerda y bajando enganchados de pies y manos, un grado más alto de sensaciones, bajar cabeza abajo y con tu propia fuerza. Yunx de nuevo fue el primero, y su cara tras la bajada era increíble, le había encantado.
En fin, otra actividad más del Tagumat, otra tarde para experimentar cosas nuevas, para trabajar en equipo –montando y desmontando- y para compartir y recordar… hay que repetirlo, pero con más desnivel y montando a todo el pueblo –los que se dejen claro-.
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