Como ya conté, me he ido a vivir a casa de los padres de Abdullah, a una habitación grande donde estoy sólo y donde puedo tener todas mis cosas juntas y un poco de privacidad (poca en verdad, porque por el momento, y al no tener un pestillo en la puerta, cuando alguno viene a verme llega y abre la puerta sin llamar, y ahí me pillan como esté, lo que me hace sentir un poco al desnudo… por el momento este desnudo sólo ha sido mental, pero seguro que algún día será físico sin duda). También vivo con la sensación de ser un animal de zoo, ya que muchos simplemente vienen, entran, me miran a mí y mis cosas, y sin decir nada se van. Sin duda la curiosidad que les despierto es tanta o más que la que ellos me despiertan a mí.
Después de cinco semanas con Simo como traductor, le he dejado irse –sobre el 7 de mayo- ya que teniéndole a él no me esforzaba nada en aprender Tamazight –el idioma mal llamado bereber-. Y mi principal objetivo para estos primeros meses es ese, aprender la lengua y cultura Tamazight: para poder comunicarme con ellos y poder entenderles de la forma más amplia posible. Al principio he tenido dudas sobre como me desenvolvería sólo, pero tras dos o tres días me he dado cuenta del acierto y la agradable sensación de libertad que de nuevo siento –vivir 24 horas al día con una persona es algo bastante complicado para mí, acostumbrado a vivir sólo más de 23 años-.
Y desde que estoy sólo, he tenido alguna que otra anécdota que he ido apuntando y ahora voy a contar.
Mi primera sorpresa fue con el agua. En Ifoulou, creo que ya se sabe, la falta de agua potable en las casas hace que, como en muchas otras aldeas del Atlas, las mujeres vayan a por agua con grandes garrafas y las suban a sus casas cargándolas en la espalda. Es sorprendente ver a mujeres y niñas cargadas con más de 25 kilos, subiendo por las fuertes pendientes que el Atlas ha creado en esta zona, hasta llegar a sus casas, alguna a mucha altura. Además de esto, las mujeres sufren a medida que se hacen mayores de dolores en la espalda y articulaciones, algo que hace que esta actividad, así como la de cargar grandes fajos de leña, deba ser eliminada de su vida… Inshallah.
Yo quería, y así lo había hablado con Abdullah, cargar el agua que iba a consumir en mi casa –para lavar los platos y limpiar, ya que yo no me atrevo a beberla como hacen ellos, por miedo a coger cualquier enfermedad o parásito-, y el primer día así lo hice. Las mujeres y niñas se rieron un poco, pero no pasó de ahí. Pero el segundo día que bajé a por agua, Fajima y Zuria –las niñas que me ayudan en la casa-, me dijeron algo serias: “¿Tú eres una mujer?”, yo las miré y les dije que no, pero que como era mi casa tenía que encargarme yo de ella, pero su cara seria no cambió. Luego, esa noche, vino Abdullah a decirme que tenía que dejarlas subir el agua, que era su trabajo y que sino el resto de mujeres se metían con ellas por no atender bien su casa. Yo intenté decirle que la casa era mía, que en la suya –la de Abdullah- subieran el agua como siempre, pero que en la mía prefería hacerlo yo, pero me dijo que no podía ser. No quedamos en nada concreto, y al día siguiente volví a subir agua, pero noté que las mujeres le decían algo a Fajima –que estaba allí-, y esta se puso seria y se marchó. Esa noche volvió Abdullah y después de un rato hablando le dije que bueno, que consentía que me subieran el agua, pero con la condición que de vez en cuando la subiría yo también, y así quedamos. No estoy contento del todo, pero tampoco puedo ir imponiendo mi postura, ni siquiera en mi casa, ya que vivo con ellos. Mi intención es la de hacerles ver que ayudar en casa y no dejar los trabajos más duros a las mujeres es una opción, pero debo hacerlo poco a poco. Además, al final pensé en hacerles algún regalo a las niñas por la ayuda y cuando se lo dije se pusieron muy contentas.
Me pasó algo divertido con una mujer mayor que canta muy bien –la llamamos Mririda, por la cantante de “Les chants de la Tessaout”-. Ahora es mi vecina, y ya nos llevamos bien, pero para llegar a este punto hemos tenido una relación “complicada”. Cuando llegué, al principio, ella vino un día al albergue y me pidió una medicina que yo no tenía, y así se lo dije, y se marchó enfadada –cosa que no llegué a entender-. Unos días más tarde, mientras paseaba por el pueblo, me la volví a encontrar, y vi como me evitaba, entonces forcé la situación y me fui corriendo a buscarla, y le pregunté que le pasaba, y por qué se enfadaba conmigo por no tener una medicina, y ella me dijo: “Es que tu tienes todas las medicinas”; entonces, sin poder dejar de reír, le expliqué que eso no era así, que yo sólo tenía algunas pero otras no, y que cuando tenía se las daba y cuando no tenía pues no, obviamente… después de un rato seria, y viendo como yo no paraba de reír, comenzó ella a reírse y me dijo algo como: “Pero entonces es que no la tienes, ¿verdad?”, le prometí que no la tenía y desde entonces ya nos hablamos.
Ahora, como digo, es mi vecina. Algún día he ido a su casa a tomar Té y nos hemos reído juntos –es una mujer muy curiosa-. Le he pedido que me canté, todos dicen que es la mejor y por su tono de voz agudo y peculiar seguro que así es, pero no ha consentido todavía, hay cosas que requieren su tiempo.
Y un día hace poco, estábamos por la tarde en la puerta de casa viendo llegar la noche y le dije que si podía hacer unas fotos, primero me dijo que no, yo insistí diciendo que si no le gustaban las borraría, y en un momento me dijo que de acuerdo. Y le hice 2 fotos, una con Abdullah y otra a ella sola, y cuando se las enseñé me gritó algo que no entendí y me dio una torta. Abdullah me dijo que borrara la foto en la que estaba ella sola, y así lo hice, y cuando le pregunté si la otra le gustaba me dijo que sí, y yo le pregunté: “Y entonces, por qué me has dado la torta” y ella se reía.
También me pasó algo muy curioso con otra mujer mayor de Ifoulou, y que para mi muestra como es la pobreza y el paso a no pensar en los demás. Resulta que me vio hace poco un día y me dijo que si podía traerle unas medicinas de Demnat –la capital de esta provincia-. Yo le dije que por supuesto, que iba a ir en unos días y que si me traía una caja vacía yo le compraba otra, y lo hizo al rato. Cuando llegó estaba con Abdullah, y le pregunté a la mujer por el dinero, a lo que ella me dijo que no tenía, que pagara yo –hacía poco había ido un día a Demnat y había traído medicinas para varios, y cuando a la vuelta pregunté por el dinero, todos se hicieron el sueco, y me tocó a mí pagar los 25€, no me importó hacerlo una vez, pero claro, no puedo hacerlo siempre- . Entonces le dije que si pagaba las medicinas de su casa, de otra, de otra, y de todas, que al final me quedaba yo sin dinero, y que ahora no tenía trabajo y que no podía hacerlo, y entonces la mujer me dijo: “Pues me pagas las mías solas”. En ese instante no reaccioné, porque me quedé pensando si debía o no pagarle las medicinas, y al final decidí no hacerlo, pero luego más tarde caí que tenía que haberla dicho: “Eso fue lo que acordé con la señora que vino a verme anoche, que sólo iba a pagar las medicinas de ella”.
Sé que todo esto es fruto de la miseria en la que viven, pero si me descuido en breve seré yo uno más de los beneficiarios del proyecto Tessaout :-DDD
Foto de esta mujer subiendo a su casa.
Otra cosa que hago mucho es pasear por Ifoulou. Es un pueblo pequeño, con apenas 2 ó 3 calles –por llamarlas así-, pero me encanta vagar por ellas, sólo alguna vez y la mayoría rodeado de niños, e ir dejando que las cosas sucedan y vivirlas como vienen.
Me refiero a pequeñas cosas, como tomar un Té en casa de alguien e intentar hablar sobre cualquier tema, incluso alguna que otra invitación a comer, que siempre agradezco y casi siempre acepto, porque para mi significa mucho que alguien que tiene poco te lo ofrezca de corazón. Alguna vez reviso sus medicamentos, que apenas saben para que son y muchos están ya caducados, otras veces me llaman para que vea un animal recién nacido, algún cacharro tradicional –que saben que me encantan-, o lo que sea que se les ocurra. Para ellos, como ya he dicho, soy un personaje curioso y, por lo que veo, les gusta como a mí que nos veamos de vez en cuando.
Otra cosa que he descubierto y disfrutado sin duda han sido las invitaciones a cenar, hasta el momento he ido a 2: una por el nacimiento de un niño y otra como pago por una Twiza –costumbre Amazigh de trabajo comunal que un miembro de la aldea pide y el resto hace, en forma de ayuda, y que luego se devuelve, para construir una casa, recoger unas tierras, etcétera-, y si sigo así a finales de verano haré yo una para agradecerles a todos lo bien que me han recibido y lo a gusto que estoy entre ellos. La cosa va más o menos así:
Sobre las 8 de la tarde, cuando el sol se ha ido, los hombres se empiezan a juntar en la casa donde se celebra la cena –que no tiene por que ser la casa del que invita, sino una adecuada donde quepan todos los invitados, que pueden ser más de 20-. Yo he llegado en ambas de los primeros, y tras saludar a los que ya habían llegado, me he sentado cerca del que invitaba, como muestra de mi agradecimiento.
Cuando ya hay unas 10 personas aparece una primera bandeja con todo lo necesario para preparar el Té –tetera, avíos y vasos-, y de entre los asistentes uno asume la función de jefe de esa bandeja, es decir, se encarga de ir preparando los Tés, irlos sirviendo y, una cosa muy importante, recordar de quien es cada vaso para los siguientes Tés que se preparan –que suelen ser como poco 3, un par antes de la cena y uno después de esta-. Cuando otro grupo de hombres ha llegado, otra nueva bandeja aparece, y otro hombre toma de nuevo la función de jefe o encargado de la misma, y así sucesivamente –hasta 3 bandejas he visto en acción en una de las cenas-. A la vez que se bebe Té, se hacen pequeños corros donde se habla de los que sea, estos siempre son muy animados y aunque yo me entero de poco de lo que dicen, de vez en cuando le voy preguntando a Abdullah que me cuenta de que va la cosa: la cosecha de trigo, el niño que ha nacido, el próximo mercado, cuando habrá cobertura de móvil, es decir, temas muy nuestros.
Cuando ya están todos, el anfitrión mira si falta alguien de los que ha invitado, y si es así se envía a alguno de los más jóvenes a su casa para ver que ha pasado. Normalmente al poco rato llega el chaval con el que faltaba, contando alguna razón razonable. Y así, con todos ya presentes o bien se reza primero en un cuarto aparte –es un detalle que no me obliguen todavía a rezar con ellos-, o bien se comienza a cenar y se deja el rezo para cuando se acaba.
Entonces viene uno con agua y un lavabo portátil, y va lavando las manos de todos los presentes, una vez lavado uno pasa al siguiente, y así va uno por uno hasta que acaba. Se forman entonces grupos de 5 ó 6 en torno a las pequeñas mesas que se han ido trayendo y en cada una de ellas se pone un Tajine, este se abre y a comer, ellos con las manos, yo si es Tajine me atrevo pero si es cuscús no, ya que no se me da muy bien hacer las bolas que ellos hacen con la mano y luego comerlas: o las hago muy grandes y no me caben en la boca, o se me desmoronan, o lo que sea; el caso es que no me siento muy cómodo y uso una cuchara. Cuando se acaba el Tajine puede haber algo de fruta o no, y al final de nuevo se pasa para lavar las manos, y por último un último Té.
Se acaba la velada con un rezo comunitario –yo por el momento sólo he estado observando-, y así cada uno se va a su casa, después de despedirse de todos, como ha venido. Como digo, una experiencia muy entrañable.